26 septiembre, 2007
¿Usted le cree a los dueños guerra?
No crea lo que dicen sobre Irán; la guerra abierta no es la única respuesta contra el terrorismo, precisamente porque la guerra abierta es un nuevo tongo para hacerse con los recursos económicos de un país. Y vea que curioso, los beneficiarios no son los países invasores sino cierto grupo de empresas de origen dudoso, fines siniestros y dueños misteriosos.
Irán no es una amenaza global, al menos no por lo que estos señores nos dicen. No hay forma de que desarrolle misiles intercontinentales en menos de quince años, sin encarar un proyecto de desarrollo balístico que incluya pruebas imposibles de ocultar de satélites y vuelos de reconocimiento. Entienda que no hay un sólo dato que certifique que lo estén llevando adelante. Recuerde que Corea del Norte viene dele que te dele hace más de diez años y todavía no obtuvo un misil estable que pueda llegar a Japón, ni que hablar de EE.UU, su verdadero objetivo.
¿No le recuerda a las armas de destrucción masiva del expiatorio Saddam?
Los iraníes bancan terroristas, sino fíjese en los atentados que sufrimos en Argentina, pero de ahí a pensar que invadiéndolos vamos a parar la Jihad hay un abismo de ingenuidad.
¿Usted se dió cuenta que el terrorismo es intangible? No tiene fronteras, ni patria, ni lugares físicos, concretos, en donde poner la mira para apretar el gatillo y decir, listo el pollo.
¿Se dio cuenta que los ataques suicidas y los atentados se multiplicaron desde las invasiones punitivas de Afganistán e Irak?
Por otro lado, ¿usted pensó un cacho por qué hay tanta presión para dársela a Irán? Usted ya sabe que no es una amenaza global, pero debería saber que sí lo es a nivel regional. Piense cuál es el enemigo natural de los iraníes (no, los iraquíes ya no existen), ahora fíjese que ese enemigo está aliado con los monchos que quieren invadir y la ecuación le va a cerrar. Ya está, ahora me tildaron de antisemita.
Se equivocan muchachos, sigan leyendo por favor.
Piense otro cacho y dígame, si puede, que intervención extranjera (eufemismo de invasión) logró sus objetivos y pudo mantenerse en el tiempo. Cuando encuentre una mándeme un mail. Ateniéndonos a los ejemplos sufridos (sí, sufridos dije) en Afganistán e Irak, deberíamos pensar en que la herramienta efectiva contra el terrorismo sería un embargo económico sobre Irán y sobre las empresas de los Laden. Sería un camino lento y más difícil, que no permite el way of life de las guerras-negocio: la invasión rápida, la ocupación trágica de mientras te choreamos lo que podemos antes de rajar.
Hay que destruir el poder económico del terrorismo bloqueándole el acceso a la tecnología que le permite atacar en cualquier momento y en cualquier lugar. Un embargo económico también causa muerte, hambre e injusticias, pero es infinitamente menos cruento que una invasión y, en realidad, sí combate las bases de la estructura terrorista: el capital que lo financia. Si no me cree, piense un tercer cacho, ¿Se fijó en que Laden es multimillonario pero nunca le bloquean los ingresos que percibe de sus empresas? ¿Sabe por qué? El chango sólo es un accionista, hay muchos socios ahí dentro, y sus familiares tienen mucho jo en la Casa Blanca.
Mientras existan las guerras-negocio y las ventajas económicas, existirán los enemigos convenientes.
15 septiembre, 2007
De oficinas y conventillos
En El principio de Dilbert se lee una frase reveladora: si el trabajo no fuera una carga, se suprimirían los sueldos. Yo agregaría que los supuestos adictos al trabajo son ambiciosos sin límites o, en realidad, adictos a la tarasca. Nadie ama su trabajo. El trabajo no es una cosa que pueda ser amada. En tal caso se ama el poder que otorga el dinero que se obtiene a través del trabajo (esto es sumamente cuestionable pero mantengámoslo como una verdad, para continuar con el ensayo). Afirma Dilbert que lo único que necesita un miserable para asegurarse el infierno es un puesto jerárquico. Creo que todos estamos de acuerdo con tal afirmación.
En los rascacielos se concretó simultáneamente el gimnasio donde se aprende a romperle las narices al adversario o taladrarle la cabeza a balazos; el cine, donde se llenan los vacíos de la vida interior; la clínica médica, donde restaura uno el físico de los agotamientos que produce ganar dinero; y por este diabólico camino cada rascacielo se convirtió en una ciudad vertical, como si de pronto el planeta tierra se hubiera tornado infinitamente más pequeño que la Luna y no hubiera espacio donde moverse sin peligro de rodar al abismo.*
Cuando uno ingresa en una oficina los principios de la lógica convencional se suspenden: la razón es reemplazada por la conveniencia y la política, y cualquier compromiso adquirido (social o moral) queda supeditado a la cantidad de bebidas alcohólicas ingeridas en el afteroffice.
El oficinista, poco a poco, se acostumbra a realizar tareas según a su valor político relativo, independientemente de la ganancia económica que pueda sacarse de ellas. Esto es: un soba-lomos preferirá presentar un informe sobre el costo de los vasitos de plástico de la máquina de café (cuestión que atormenta a su jefe) antes que responder tres pedidos que representan una ventaja económica para la empresa. Por el informe sobre los vasitos será más reconocido que por hacer su trabajo no.
El oficinista lucha constantemente contra su conciencia: realiza tareas que sabe condenadas al fracaso, recibe reprimendas por tareas que nunca pudo llevar a buen término (sea por desconocimiento propio, mal análisis previo, desconocimiento de quiénes las definieron o porque nadie le dijo que debía llevarlas a cabo).
Lentamente, se convierte en una máquina de rumiar ironías, aumentando su acidez de palabra hasta convertirse en un auténtico hombre de mierda, que sólo sabe agredir, comprarse ropa, video juegos y chupar birra.
Ahora es, irremediablemente, un engranaje más de la oficina latinoamericana.
-Cuando un hombre, por un hecho casual, o por la síntesis reflexiva de sus descubrimientos cotidianos, comprende que el mundo está mal hecho, que el mundo, digamos, es una cloaca, se entrega como ustedes, o lo transforma, y es Cristo o Lenin, o se mata. Señores míos, yo vengo a proponerles que demos el ejemplo y nos matemos de inmediato.**
El gran problema de las oficinas es la alienación: la gente enloquece y reacciona de forma errática. Se siente acorralada ante la presión y confunde muerte con libertad. La respuesta de los partidarios de este sistema laboral suena fácil: podemos soportarlo. Pero los contradicen las estadísticas de ACVs, infartos, suicidios, muertes súbitas, ataques de presión y pánico, etc, etc, etc. Entonces retrucan: pasa que los débiles son mayoría.
-Se debe morir por propia voluntad, luego de haber comprendido lo grotesco, lo irrisorio que es el empleado de oficina. por otra parte, amigos, el suicidio es la muerte perfecta. Morimos porque se nos antoja. Nadie, ninguna fuerza inhumana nos arrastra. No hay intervención del absurdo. Queda eliminada la contingencia. Se hace de la muerte un acto razonable; quién se mata ha comprendido, al menos, por qué se mata.***
Una sola pregunta aqueja al oficinista ¿para qué trabaja si sabe que sólo obtendra resultados deficientes por los que será reprendido, incluso aunque no fueran alcanzables? De primera, sabe que la respuesta no la encontrará subiendo por la cadena alimenticia, ni en ningún rincón de la oficina.
Para la jerarquía lo importante es aparentar que ordena y decide, incluso con ausencia de información o propósito, puesto que los resultados concretos son relativos a los beneficios políticos de sus decisiones. Para el operativo en cambio, la sensación de progreso resulta crítica y su autoconfianza decae con cada tarea cuyos resultados sean imposibles de medir.
Cuando el estímulo jerárquico es irracional el oficinista responde con la misma munición. Sueña magnicidios, asesinatos en masa, violaciones, descuartizamientos, suicidios, etc, etc. En este caso, la autodestrucción se toma como una reacción defensiva frente a la imprevisibilidad laboral: hinchado las pelotas, el señor Núñez decide convencer a sus compañeros para que se suiciden con él. Quiere poner un ejemplo para la oficinidad.
¿Qué grado de alienación debe alcanzar una persona para pensar algo así? ¿Nunca lo ha hecho, digo, imaginar el asesinato de sus compañeros para luego asesinarse usted mismo? Tenga en cuenta que el loco puede volverse cuerdo, mientras que el infartado depende de la obra y gracia del defibrilador.
*Roberto Arlt, aguasfuertes.
** y ***Abelardo Castillo, also sprach señor Núñez.
14 septiembre, 2007
Corruptelas varias
Tomemos el caso de la presión sobre fiscales en Estados Unidos y las varias renuncias en Japón, ¿alguien puede afirmar que el problema está en el Sistema o en quiénes lo implementan?
Sin zurdismos ni derechismos, aceptemos que en la Argentina tenemos un problema grave, el desgobierno, y una dejadez crónica, el desinterés político. Hasta que no pongamos las manos en la masa, la torta seguirá siendo de los demás.
12 septiembre, 2007
El ilusionista
Roberto Arlt.
Se dice que un gobernantes es el fiel exponente del pueblo que dirige, puesto que reúne ciertas características que lo hacen un referente para sus compatriotas. Estas características se suponen relacionadas con una imagen, una historia, una ética y un discurso determinados. Sobre ello trabajan los asesores políticos cuando están en campaña; intentan que sus candidatos se transformen en lo que los votantes reclaman.
El candidato pretende convertirse en gobernante a través de una serie de tretas incluidas en un gran acto denominado campaña. El mejor actor, el que articula el mejor acto, que se muestra como la gente quiere verlo, diciendo lo que la gente quiere oír, se convierte en gobernante. Una vez obtenido el poder, consolidado a través de alianzas y acuerdos ciertamente oscuros, se dedicará a gobernar según sus propios intereses sin tener en cuenta las promesas dichas a los votantes.
Así culminará la simulación de Mauricio Macri.